Hacer memoria
Consuelo Sánchez-Vicente
España ha mejorado tanto desde que ingresó en la Unión Europea que quienes hemos vivido el antes y el después podríamos decir, sin exagerar, que ese día nos tocó la lotería.
Gracias a la solidaridad de la UE, hemos pasado en pocos años de la noche a la luz en bienestar y progreso. Quienes tenemos edad para recordar como eran antes las carreteras, el trabajo en el campo o la vida en los pueblos podemos dar fe de lo profundo y beneficioso de este gran cambio. Al igual que el comercio ha precedido históricamente a la democracia, el desarrollo y la modernización que ha experimentado nuestra economía gracias a la ayuda de la UE nos ha dotado del periodo de estabilidad política más largo que recordamos, y ha impulsado el asentamiento entre nosotros de valores democráticos que para quienes nacimos en la dictadura franquista eran una utopía.Palabras como tolerancia, diálogo, libertad o igualdad hoy forman parte de la herencia genética de los españoles más jóvenes gracias a que, hace unos años, una generación de políticos con mayúsculas, la generación de la Transición, fue capaz de liderar el sueño colectivo de volver a la casa común europea, haciendo gala de una generosidad y una altura de miras que tampoco faltó cuando nos tocó cubrir la siguiente gran etapa de esta carrera hacia el futuro, la incorporación al ‘euro’. La crisis de crecimiento en que ha sumido a la UE la reciente ampliación a 27 miembros necesitaría de políticos así, generosos y dispuestos a colaborar en pos del bien común. Unirnos al pequeño grupo de países que en este 50 aniversario de la UE ha apostado por superar la actual etapa de ‘euroegoísmos nacionales’ sería una forma de pagar la deuda de gratitud que los españoles tenemos con Europa, y también lo más inteligente desde un punto de vista estrictamente ‘doméstico’ ya que, en un mundo cada vez más global, o los europeos nos salvamos juntos o no hay salvación. Pero, en vez de a la política con mayúsculas, la actual generación de políticos españoles está a ‘las politiquillas’, y a puñetazo limpio: cada uno en su rincón.La solución está inventada desde hace siglos. El filósofo griego Aristóteles nos dejó escrito que ‘lo que no beneficia al enjambre, no beneficia a la abeja’, y siguiendo esa enseñanza, el emperador romano Marco Aurelio, conocido como ‘el emperador filósofo’, escribió a su vez en sus ‘Memorias’ que los miembros de la sociedad humana ‘hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, lo párpados, las hileras superiores e inferiores de dientes...’ Zapatero y Rajoy deberían aprovechar las vacaciones de Semana Santa para releer a los clásicos.
domingo, 1 de abril de 2007
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