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viernes, 6 de abril de 2007

Camilo José Cela Conde

Vigilando


CAMILO JOSÉ CELA CONDE


El Óscar a la mejor película extranjera -extranjera para los Estados Unidos, por supuesto- se lo han dado este año a un relato acerca de la vigilancia institucional, del voyeurismo de Estado, esa actividad siniestra en plan Gran Hermano que comenzó siendo reflejada de forma dramática por Orwell y terminó convirtiéndose en una bobadita más de las televisiones. En la película del Óscar se refleja muy bien cómo el husmeo en las vidas ajenas pone de manifiesto mucho más las obsesiones del vigilante que las andanzas del vigilado. Pero lo que en La vida de los otros aparece como remoto, propio ya de un tiempo que apenas reconocemos, resulta convertirse en actualidad de lo más postmoderna aquí, en el reino de España. Las investigaciones judiciales sobre los miembros de ETA que acaban de ser detenidos ponen de manifiesto que los chicos del comando Donosti tenían bajo vigilancia al filósofo Fernando Savater.
Vigilar a un filósofo debe ser una de las actividades más aburridas que existen, más que nada por lo soso del desarrollo de la labor intelectual. ¿Qué dirían los informes? «El vigilado Sócrates -los espías usan siempre seudónimos acerca de sus víctimas, no vaya a ser que el nombre real confunda al superior jerárquico- se pasó la tarde reflexionando acerca de unas ideas que trasladaba de vez en cuando al papel». Varias sesiones de vigilancia así y hay que acudir al prozac para animarse. Pero si un poder fáctico cualquiera, terrorista o no, vigila a alguien es porque el Sócrates de turno puede ser peligroso para los intereses del poder si se le deja pensar a solas, sin control alguno. Así que cabe suponer que quienes decidieron llevar a cabo la vigilancia confiarían en que esa actividad de husmeo, por sí sola, iba a ser capaz de conjurar la amenaza, en parte al menos.
Un filósofo no vigilado da con ideas mucho más subversivas -o edificantes, según sea el resultado que más temen los espías- que otro al que el Gran Hermano mira y mira sin descanso. Por el careto que lucían los -supuestos- terroristas vigilantes cuando fueron detenidos, hay que concluir que no parece que se les hayan pegado mucho las ideas de Fernando Savater cuyo nacimiento -el de las ideas- contemplaban con gran dedicación. Es lógico que así sea. Al comando desarticulado -espero que la expresión sea una metáfora- se le requisaron instrucciones y material para fabricar bombas pero yo no he leído en parte alguna que dispusiese de tratados de lógica deóntica o teoría del conocimiento. Debían, pues, vigilar al filósofo sin manual, cosa que pondría de los nervios a cualquier alumno poco aplicado que llegue a las aulas. ¿Cómo no caer en el desespero si la vigilancia era, encima, sin ánimo de lucro mental?
Ejercer en el País Vasco de filósofo con ideas contrarias a las terroristas, e incluso las nacionalistas, supone tropezar de continuo con imposiciones tremendas, de las que creíamos haber superado hace siglos gracias a la Ilustración. La vigilancia forma parte del paquete de asedio, por más que resulte nimia en comparación con otras cosas que les hacen a sus víctimas los comandos no desarticulados. Sin embargo, podría ser peor. Tremendo sería que el filósofo vigilado tuviera acceso a los informes acerca de sus actividades. Ni leer los exámenes de los alumnos puede desanimarte más.

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