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domingo, 3 de junio de 2007

Norberto Bobbio - Sobre el fascismo

El fascismo "idealizado"

Una lúcida antología de escritos de Norberto Bobbio sobre el fascismo permite reflexionar sobre la paradójica situación del intelectual crítico frente al fenómeno que percibe aberrante. Al negarle entidad histórica, cultural e ideológica al fascismo, lo actualiza, impide "que se convierta en pasado", y lo potencia. ¿Suena conocido?

SEBASTIAN ABAD.
(www.clarin.com)

En un pasaje famoso de Más allá del bien y del mal, Nietzsche afirma que toda (gran) filosofía es una confesión de su autor, una suerte de mémoires no queridas ni sabidas por él. En toda empresa de conocimiento, dice el filósofo, parece manifestarse una pulsión más poderosa que aquella que busca la "verdad" a secas. En ocasiones, la potencia del acontecimiento opaca el indigente concepto que intentó atraparla, pero no borra por ello el gesto, la vocación del pensamiento que intenta poner nombres. En ese gesto y esa vocación cabe buscar la confesión, la narración de sí, la intervención e incluso la militancia. Difícilmente recuerde el siglo pasado un acontecimiento más potente y desgarrador para Europa que las guerras mundiales, el surgimiento de los totalitarismos, las matanzas sistemáticas y la destrucción devoradora de la idea que los europeos tenían de sí. Al nombrar el fenómeno del nacionalsocialismo, Adorno y Horkheimer tuvieron que torcer la dialéctica para hallar pensamiento ilustrado en Ulises, el héroe homérico cuyos múltiples ardides le permiten diseñar un modo de gozar a partir de la represión de sí. Si Ulises es ya un burgués porque administra su placer y su sufrimiento bajo la forma de la dominación de los otros y de su propio cuerpo, entonces no es impensable que la Ilustración trascienda su encajonamiento historiográfico en la etapa posterior al absolutismo. En cuanto la razón occidental lleva en su origen la inmanencia de una fuerza destructiva y desoladora, no es impensable que esa furia se desfogue en algún momento de manera salvaje. Tan intolerable resultó ese espectáculo, que Adorno pudo descreer incluso del sentido de poetizar luego de Auschwitz. Si la mémoire del filósofo alemán es la de un testigo filosófico de la catástrofe de la alta cultura europea, Bobbio nos ofrece obsesiones menos pretenciosas. En parte porque el fenómeno por el cual se afana acaso sea menos pretencioso que el nacionalsocialismo, en parte porque su famosa escrupulosidad y espíritu analítico contrastan con el virtuosismo especulativo del filósofo alemán.Para regresar del oscuro lugar en que Adorno y Horkheimer identifican razón instrumental y mito, Bobbio rehabilita el concepto de racionalidad por medio de un ejercicio de pensamiento y ensayística políticos. Fuente esencial de inspiración es el libro de Lukacs, La destrucción de la razón (1954). En los artículos de Bobbio recopilados por Luis Rossi aparece no sólo el leitmotiv de la "destrucción" de la racionalidad occidental, sino uno de los argumentos capitales del libro: el carácter fundante e inspirador de Nietzsche para el irracionalismo agresivo e imperial. Es cierto, como señala Rossi en su logrado estudio introductorio, que se trata de un Nietzsche que drena fascismo en los odres de la derecha francesa y sus publicistas; sin embargo, Bobbio no puede dejar de retornar a las fuentes, a pasajes violentos y polémicos de La gaya ciencia, la Genealogía de la moral, los escritos póstumos de fines de la década de 1880, entre otros. A pesar de la buena conciencia del análisis politológico e histórico, Bobbio no deja de enfrentarse una y otra vez al "antirracionalismo" como forma mentis: por ello disecciona la violencia en el cuerpo (del fascismo), la obediencia (al líder) como valor, la fe (en la victoria) como ceguera. Retoma, en síntesis, viejas metáforas acuñadas por la Ilustración contra el monarca absoluto, que dicen mucho menos en la época de masas que en los estertores del barroco político.En cuanto los ensayos de Bobbio niegan toda entidad "seria" a la cultura e ideología del movimiento de las camisas negras, producen el efecto paradójico de reconocer cierta actualidad al fenómeno del fascismo, de impedir que se constituya en pasado. Los textos del italiano identifican al gobierno del Duce —en las diversas épocas en que fueron escritos— con un período en que nada importante sucede en la cultura, nada trascendente se crea en el plano ideológico, al tiempo que el legado de la tradición italiana es expropiado y usado como refrito. En este sentido, las dos décadas fascistas no sólo carecen de toda productividad histórica, sino que parecen estar completamente desconectadas de sus condiciones y de sus efectos. Seguramente conviene interpretar esta desconexión no sólo como análisis de los elementos del fascismo, sino también como el efecto de un intento de aislamiento y de sitio, como resultado de una lectura militante. Sin embargo, un posicionamiento de esta clase, toda vez que extrae al fenómeno de sus condiciones y efectos, logra —lo quiera o no— un resultado idealizante, una extraña potenciación de su objeto. Si hay un punto en que Bobbio y Croce reconocen al fascismo es justamente cuando pretenden despreciarlo, repudiarlo y arrebatarle toda entidad histórica. Según una definición de Schopenhauer, el punto de vista del sujeto puro del conocimiento es aquel en el cual se suprime "el dónde, el cuándo, el por qué y el para qué" de su objeto, cuando sólo resta el "qué": es entonces cuando súbitamente se alcanza la idea eterna de la cosa. En su escritura militante, Bobbio convierte en ocasiones al fascismo en una idea paradójica: el ejemplo puro de lo que no debe ser, pero también de lo que no es.Por un lado, el fascismo no debe ser porque altera los logros de la libertad moderna: la igualdad política, la democracia y su componente liberal —la forma de la representación parlamentaria— y la institución del voto secreto. Al mismo tiempo, bajo su máscara popular, constituye en verdad una "reacción" frente al avance de las fuerzas de la izquierda moderada y acumula resentimiento contra la "cultura universal". Por otro lado, el fascismo no es. No es en un sentido cultural e ideológico. En primer lugar, nada aporta al tesoro universal de creaciones que trascienden su tiempo: no ha gestado grandes libros de filosofía o de literatura, sino a lo sumo obras cuyos autores se convirtieron al fascismo por cuestiones menores. En segundo lugar, el fascismo nunca pudo o nunca quiso (Bobbio sostiene, a lo largo del tiempo, ambas posiciones) construir una ideología coherente, una cosmovisión articulada que pudiera sobrevivir la toma del poder. Todo enunciado ideológico atribuible a este movimiento es en rigor la negación de contenidos doctrinarios o políticos provenientes de otras tradiciones. Una agrupación de esta clase, infértil culturalmente y afásica ideológicamente, sólo puede engendrar cuadros políticos orgánicos (obedientes), pero no intelectuales (libres).Que Bobbio dedique un ensayo a Gentile en tanto "intelectual" del fascismo revela la ambivalencia frente a una figura admirable pero reprobable por su compromiso político. Y esta ambivalencia acaso indique la confesión del intelectual: que un grupo político en ejercicio del poder estatal no haya producido (alta) cultura ni una ideología articulada sólo puede obedecer a la barbarie de su pensamiento. Sin pensamiento no hay cultura, sin intelectuales no hay ideología. A diferencia del joven Platón, que reclama el gobierno de los filósofos, Bobbio sostiene una pretensión módica. Los intelectuales no gobiernan ni deben gobernar, sino pensar; pero sin intelectuales no hay política seria. Para este punto de vista, engendros como el fascismo son el toque de diana.

1 comentario:

Facundo Bey dijo...

Fue una excelente exposición la de Luis Rossi, editor y traductor de ensayos sobre el fascismo, la acontecida hace unos días en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Saludos desde Buenos Aires,

Facundo Bey

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