La bandera de la democracia
Por Esteban Valenti (*)
El último artículo publicado por Niko Schvarz en Bitácora comienza con esta afirmación '' Estoy en total desacuerdo con la afirmación central del artículo ''Los sujetos del cambio'' (BITÁCORA del 18 de enero) de que ''uno de los más graves errores históricos de la izquierda, y no sólo de los componentes comunistas, fue de haber entregado las banderas de la democracia a nuestros adversarios (...), muchas veces como práctica, como elaboración y como capacidad de desarrollo''
Soy el autor del artículo mencionado. Me parece una discusión sobre temas medulares y muy actuales para la izquierda y para la sociedad uruguaya.
Continúa Schvarz ''Esto implica olvidar la génesis y evolución de estas ideas en nuestro país, en el ámbito latinoamericano, así como los antecedentes históricos de los fundadores del pensamiento socialista y sus continuadores en diversos ámbitos.'' Niko tiene una gran virtud reproduce alguna de los formas de pensamiento que considero que han sido la base de nuestro desbarranque teórico y luego político del que se está recuperando una nueva izquierda. Con sus aciertos y sus errores, pero profundamente transformada.
Pregunta: ¿Cómo puede formularse la afirmación arriba citada cuando uno de los más importantes teóricos y dirigentes políticos de la izquierda uruguaya, Rodney Arismendi, sostenía hace más de tres lustros, en lo que fue considerado su testamento político, que ''la consolidación y defensa de la democracia y su profundización se nos aparece como la faena central en este momento y en este final del siglo XX. Incluso para llegar a conquistar y construir un día la sociedad socialista''? Con el agregado de que ''en nuestro proyecto de socialismo se integran los valores universales de la democracia''.
Estimado Niko me refiero precisamente esa tensión nunca resuelta entre nuestras tareas democráticas en América latina combatiendo a las dictaduras, incluso pagando un precio muy alto en vidas y sufrimientos y por otro lado la defensa a ultranza de países donde la democracia y la libertad eran violados sistemáticamente y donde todo el andamiaje del Estado y la existencia de verdades indiscutibles en casi todos los terrenos, hasta en la ciencia y en la estética y que nunca resolvimos ni teórica ni políticamente.
La burocracia omnipotente en la Unión Soviética y en todos los países de Europa del este, incluyendo países con notorias diferencias entre si, como Albania y Yugoslavia, no fueron la causa del derrumbe, fueron la consecuencia de un sistema donde no existía la democracia, donde la sociedad estaba comprimida y el individuo reducido a un engranaje. No sólo no terminamos con el reino de la necesidad superando al capitalismo en eficiencia y capacidad productiva, sino que además debilitamos todas las bases culturales de una nueva sociedad, de una nueva forma de relación entre los seres humanos que no se basara en la explotación.
La Rusia actual dominada por empresarios de asalto que hace poco eran los burócratas encaramados en el poder o por mafias omnipotentes son la última y más dramática consecuencia de una sociedad sin capacidad de reacción, sin sindicatos verdaderos, sin sociedad civil y sin una base cultural para la democracia.
Lo justificamos, lo defendimos durante décadas y en el fondo aún con todas las diferencias nacionales e históricas esa concepción llamada genéricamente la ''Dictadura del proletariado'' aunque poco tuviera que ver con la idea original de Marx y mucho con el desarrollo posterior de Lenin era también nuestra matriz, a la que no renunciamos y que nunca sometimos a la crítica implacable de la historia, de los hechos.
No es con citas de diversos autores que se puede considerar el tema de la debilidad y de la entrega democrática de la izquierda comunista e incluso de sectores más amplios que tampoco han hecho su revisión crítica, es con la realidad, con más de 70 años de revolución que se vinieron abajo por esa razón fundamental.
Cuando defendimos la invasión a Hungría, a Checoslovaquia o cuando expulsaban o encarcelaban a escritores simplemente por desviarse de la literatura oficial como Siniansky y Daniels y muchos otros y cuando estalló la Perestroika y nos detuvimos en su epidermis sin preguntarnos como habían sido posible tales niveles de arbitrariedad y de eliminación de las libertades, estábamos entregando banderas fundamentales.
Tenía razón Rosa Luxemburgo en la polémica con Lénin, no sobre lo episódico, sino sobre lo fundamental, ese modelo, esa práctica del partido único, de la dictadura del proletariado negando el proyecto esencial de la mayor democracia, de la efervescencia de una sociedad civil y de una cultura constructora de una nueva libertad, eran la base para el derrumbe. Incluso para el surgimiento de monstruos como Stalin. Que no fueron un simple accidente.
La parálisis teórica que vivimos durante décadas, porque no hay nada más paralizante que dejar zonas de la realidad, de la historia o de la sociedad fuera de la crítica la más poderosa herramienta del pensamiento humano nos impidió ver el lento pero inexorable oxido que carcomía las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales de los países socialistas. Ahora todos somos innovadores y visionarios. Tarde, muy tarde.
No nacimos a partir de un libro, sino de la historia, en particular de la gran Revolución Francesa, Marx es tributario de sus ideas, de esa revolución burguesa pero que puso en las conciencias y en las instituciones los grandes valores que han dado impulso a nuestras sociedades y siguen proponiéndonos un futuro diferente. Los tres gritos que derribaron la monarquía y abrieron la ruta del progreso siguen siendo plenamente válidos: Libertad, Fraternidad e Igualdad.
Sin Libertad, es decir sin formas jurídicas, institucionales, políticas y también sin una sólida cultura democrática no hay Fraternidad ni Igualdad. Incluso aquel debate subterráneo y muchas veces implícito de que vale la pena sacrificar un poco de libertad para obtener la fraternidad y la igualdad, es un profundo error. Son inseparables, forman parte de un mismo haz, sólo en libertad la fraternidad y la igualdad tienen valor y son auténticas. No hay nada, absolutamente nada que pueda justificar el abandono del pleno ejercicio de la libertad, y ese no es un valor abstracto.
Cuando no se puede escribir, decir, opinar, cuando la burocracia invocando cualquier pretexto impone la reglas y los límites del pensamiento, de la crítica, de la vida ciudadana estamos no sólo entregando banderas, sino algo mucho más grave estamos entregando valores fundamentales y fundacionales para la izquierda.
Hay miles de citas, pero sobre todo y desgraciadamente hay duras realidades de cuando la izquierda aquí en América Latina justificó el sacrificio de la democracia por la conquista del poder. ¿Hacen falta ejemplos?
No se trata de un concurso con la derecha, no tengo duda que ellos han inmolado muchas veces la democracia para defender sus intereses. Nuestro continente es una muestrario atroz en ese sentido. No es la derecha económica, política y cultural mi punto de referencia. Somos nosotros, la izquierda.
Estamos avanzando en América Latina, por muchas razones pero una es básica: porque hemos incorporado la democracia como un soporte fundamental de la izquierda actual y nuestras sociedades lo están comprobando. Incluyendo un aspecto central: la rotación, es decir la posibilidad de que nuestros errores reciban de parte de la ciudadanía el más claro de los pronunciamientos: el cambio. Por eso ahora ganamos elecciones, además de nuestras sensibilidades sociales, nuestra búsqueda de la igualdad de oportunidades y del complejo tejido de la fraternidad entre los seres humanos. Que en realidad es lo que Luckas llamaba ''La democracia de la vida cotidiana'' que tan estrepitosamente fracasó en el socialismo real.
(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.
sábado, 3 de marzo de 2007
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