Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Universidad Complutense de Madrid
WITTGENSTEIN; MÍSTICA, FILOSOFÍA Y SILENCIO 1.
Resumen Wittgenstein, el filósofo más original del siglo XX, fue tomado erróneamente por un positivista. Pese a ello, la intención con la que Wittgenstein escribió el Tractatus era, en última instancia, una intención ética, que puede compendiarse bajo lo que el autor llama lo místico (das Mystische), que incluye la ética, la estética y la teoría de los valores. La preocupación por estas y otras cuestiones conexas, como la religión y el del sentido de la existencia, desempeñan un sordo papel central en el conjunto de su pensamiento. Y, si bien, según las propias tesis wittgensteinianas, las cuestiones éticas, no pueden ser respondidas y, en rigor, ni siquiera formuladas en el marco de la ciencia natural, esto no implica un menosprecio de “esta irrevocable tendencia del espíritu humano” a plantear tales cuestiones, sino más bien el reconocimiento de las limitaciones de nuestro lenguaje para dar cuenta de ellas. Ello se desprende de una afirmación central del Tractatus: “Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado”. 1.- Ética y Filosofía de la Religión en Wittgenstein: 'das Mystische' Ludwig Wittgenstein no fue sólo un “filósofo analítico” –como todavía tiende a pensarse– sino también un pensador de estirpe kantiana. La mayor parte de las interpretaciones del pensamiento de Wittgenstein, precisamente por esta tendencia reduccionista, siguen siendo sobre todo de origen positivista y analítico, pasando por alto aspectos nucleares de la obra wittgenteiniana, aspectos que configuran el centro mismo de estas investigaciones. Estos aspectos pueden compendiarse bajo lo que el autor llama lo místico (das Mystische), que incluye la ética y la estética, la teoría de los valores y, en definitiva, la cuestión del sentido de la existencia, así como cuestiones conexas, que desempeñan un sordo papel central en el conjunto del pensamiento wittgensteiniano. Las ideas del último Wittgenstein acerca de la religión versan sobre varios aspectos precisos: la crítica del lenguaje religioso entendido como símil, que propiamente se aborda ya en la Conferencia sobre la ética (de la época intermedia), algunas reflexiones sobre la idea del juicio final y sobre el cristianismo en general, sobre lo que puede llamarse la comprobación vital o existencial por contraposición a la comprobación científica. Wittgenstein fue tomado por un positivista, ya que al igual que estos, trazó una línea entre aquello acerca de lo cual se puede hablar y aquello acerca de lo cual debemos callar. El positivismo sin embargo sostiene –y esta es su característica– que aquello sobre lo que podemos hablar es todo lo que importa en la vida. Mientras que Wittgenstein creía apasionadamente que lo que en realidad importa en la vida humana es precisamente aquello sobre lo que, desde su perspectiva, debemos callar. 2.- La intención ética del Tractatus Logico-Philosophicus. Hoy no es desconocido, aunque tardó en saberse y se tardó todavía más en subrayarse, que la intención con la que Wittgenstein escribió el Tractatus Logico-Philosophicus era, en última instancia, una intención ética. Así lo aclararía el propio Wittgenstein en una carta dirigida a Ludwig von Ficker2: “El objetivo central del libro es de orden ético. En un tiempo quise incluir en el prefacio una frase que de hecho no se encuentra en él, pero que voy a transcribir para usted aquí, pues acaso encontrará en ella la clave de mi obra. Lo que quise escribir, así pues, es lo siguiente: Mi trabajo consta de dos partes: la expuesta en él, más todo lo que no he escrito. Y esa segunda parte, la no escrita es realmente la importante. Pues la ética se delimita desde el interior, por así decir, mediante mi libro; y estoy convencido de que, estrictamente hablando, sólo así se puede delimitar. En suma, creo que todo aquello sobre lo que muchos parlotean hoy, yo lo he definido en mi libro permaneciendo en silencio"3. Pese a todo en el Tractatus no faltan pronunciamientos sobre la ética, sin embargo al ser estos escasos y más bien crípticos, se hace necesario recurrir para su esclarecimiento a los escritos por cierto más explícitos –aunque no siempre coincidentes– de los Tagebücher, el “Diario filosófico” que, a la manera de borradores del Tractatus, redactara Wittgenstein entre los años 1914 y 1916. Será, pues, por ahí, por los pronunciamientos éticos del Tractatus, por donde hayamos de comenzar. Como se ha indicado, el tratamiento de la ética en el Tractatus puede verse iluminado por la lectura de los pasajes que a la ética se dedican en los Tagebücher, especialmente en una serie de entradas de diario filosófico correspondiente al año 1916. Los pasajes en cuestión son con frecuencia balbuciantes, salpicados de exclamaciones como (eso es algo que aun ignoro), (no hay duda de que aquí cometo todavía errores de bulto) o (soy perfectamente consciente de la total falta de claridad de cuanto estoy diciendo). Pero, precisamente por esto, poseen en ocasiones un extraordinario interés al permitirnos contrastar sus balbuceos con las afirmaciones más contundentes del Tractatus, otras veces, en cambio, literalmente preludiadas en aquellos “borradores”. 3.- La deuda de Wittgenstein con Schopenhauer y Kierkegaard. Para los propósitos expuestos conviene partir de la siguiente afirmación: “cabria decir (con acento schopenhaueriano) que el mundo de la representación no es ni bueno ni malo, sino que sólo lo es el sujeto volitivo.”4 Schopenhauer, claro esta, no aparece citado en el Tractatus, pero –como han puesto de relieve numerosos intérpretes de esta obra– se halla muy presente en ella. Concretamente, el kantismo de Wittgenstein parece proceder de su familiaridad con Schopenhauer. Y lo que se desprende del texto que se acaba de citar es, por decirlo con el titulo de una obra de Schopenhauer, que junto al mundo como representación hay que tener tambien en cuenta al mundo como voluntad, que seria justamente la consideración del mundo en que la ética entra en juego. Naturalmente, la ética entra ahí en juego de la mano del sujeto de la voluntad, que no es una cosa entre las cosas del mundo, que no es objeto –ni un objeto físico (como el “cuerpo”), ni un objeto psíquico (como la mente o el “alma”)– sino el sujeto moral: “De no existir la voluntad”, anota Wittgenstein, “no habría tampoco ese centro del mundo que llamamos el yo y que es el portador de la ética”. Y añade: “En lo esencial, bueno y malo lo es sólo el yo, no el mundo.” Por lo demás, ese sujeto de la voluntad no es solo el único que podría ser bueno o malo, sino asimismo el único capaz de ser feliz o desgraciado, donde la felicidad y la desgracia son en definitiva los asuntos que se ventilan en la ética. La ética, para Wittgenstein, se ocupa del “sentido de la vida” (der Sinn des Lebens), lo que determina que la conciba en estrecho parentesco con la religión, a cuyo cargo ha corrido tradicionalmente el intento de responder a esa cuestión. Feliz sólo puede ser quien ha alcanzado la claridad acerca del problema del sentido de la vida, dando así sentido al mundo, puesto que “el mundo del feliz es otro que el del desgraciado”. ¿Pero qué clase de sujeto es el sujeto del que llega Wittgenstein a decir: “El yo, el yo es lo más profundamente misterioso”? Aquí debe verse como en los diarios, aun de un modo que esta lejos de ser siempre coherente, Wittgenstein distingue entre el “sujeto de la voluntad” que antes se mencionaba y el “sujeto de la representación”. A diferencia del sujeto de la voluntad, el sujeto de la representación no está en el mundo, sino sería a lo sumo un límite del mundo que guarda con este último la misma relación que guarda el ojo con el campo visual: hace posible verlo, pero nada en el campo visual permitiría inferir que es visto por un ojo. El sujeto de la representación pertenece, en definitiva, a la familia del “sujeto trascendental” kantiano, que era la condición de posibilidad de nuestro conocimiento del mundo –un conocimiento, a saber, espacio-temporalmente conformado y sometido a leyes como la de causalidad, etc. – pero que no forma parte de él ni podía ser conocido por tanto. En efecto, nadie se encuentra andando por el mundo al sujeto trascendental. De ahí que los neokantianos pudieran facilmente reducirlo a una simple “funcion lògica” o epistemológica. Y de ahí también que Wittgenstein acabe escribiendo en su Diario: “El sujeto de la representación es, sin duda, mera ilusión. Pero el sujeto de la volición, en cambio, existe.” Retengamos para más adelante esta declaración, de la que hemos de ver cómo el Tractatus se olvida en buena parte. Y pasemos, por fin, al tratamiento dispensado a la ética en este último. Recordemos que Wittgenstein había dicho que el método de la filosofía tenía que consistir en no decir nada más que “aquello que se puede decir”, a saber las proposiciones de la ciencia natural. Y que cuando alguien quiera decir algo de carácter “metafísico”, había que hacerle ver que su lenguaje no era un lenguaje significativo. Aquí cabe llamar la atención sobre la relevancia ética que para Wittgenstein reviste la distinción entre sagen y zeigen, entre decir y mostrar, que nosotros sabemos relevante, pero sólo desde un punto de vista lógico. ¿Qué tendrían en común a este respecto la lógica y la ética? El saber propio de la mostración es del tipo del que nos proporciona la racionalidad práctica, la de las instrucciones de uso, de modo que el mostrar no es tanto un “saber qué” - un knowing that – cuanto un “saber cómo”, un knowing how. Un saber cómo servirnos del símbolo de la conjunción en el cálculo lógico de proposiciones y, por ende como hemos señalado un saber práctico. No es, claro está, el mismo tipo de “saber” que esperaríamos aprender de una manera de vivir o conducirse en el terreno de la ética, pero guarda con ella un cierto aire de familia. Las instrucciones éticas correspondientes sobre cómo vivir y conducirnos no hay que esperarlas comúnmente de los manuales de ética (éstos no “muestran” nada de ordinario, sino tan sólo “dicen” qué hay que hacer y por lo general lo dicen mal), pero sí de obras literarias de muy distinta naturaleza, como una novela o un poema épico que nos iluminan en un momento dado, y por supuesto de la vida misma. Por lo que se refiere a lo primero Wittgenstein confesaba que su vida, al borde por entonces del suicidio, cambió con la lectura de la versión de los Evangelios debida a Tolstoi, de la misma manera que reconocía su deuda para con Dostoievsky o Kierkegaard. Y en cuanto a lo segundo, a su vida misma, Wittgenstein habría “mostrado” con sus actos, en lugar de decirlo expresamente, su adhesión a la práctica de un cristianismo sui generis, probablemente heterodoxo, pero celosamente observado. 4.- Posición wittgensteiniana ante la ética y la metafísica. En su Conferencia sobre Ética Wittgenstein propone la metáfora de la taza de té. Esta no podrá contener más de lo que permite su capacidad, por mucho que nos empeñemos. Así también, las proposiciones tienen su propia capacidad, y el intento de meter en ellas más de lo que pueden acoger está destinado al fracaso5 Wittgenstein manifestó siempre un profundo respeto por esta tendencia del espíritu humano (a arremeter contra los límites del lenguaje) que es la ética. Desde luego que cuando la ética adopta la forma de la ciencia natural su actitud es intolerante y destructiva. “La ética no puede ser ciencia…no aumenta nuestros conocimientos en ningún sentido”6. "Todas las proposiciones valen lo mismo"7 Como descripciones de hechos posibles, todos los cuales son igualmente contingentes y entre los cuales no existe preeminencia alguna, no hay jerarquía ni diferencias de valor entre las proposiciones. En el mundo todo es como es y ocurre como ocurre, por consiguiente, no hay en él ningún valor, porque si lo hubiera, sólo por esto no tendría valor (6.41). Esto último es una forma paradójica de decir que considerar el valor como parte del mundo equivale a convertirlo en hecho y despojarlo de su condición de valor. El mundo es, simplemente, cuando acontece y en el todo los hechos han de medirse por el mismo patrón. Todas las proposiciones valen lo mismo. El mundo no es sino la totalidad de los hechos posibles, pero de ello se desprende que en el no caben los valores, puesto que los valores no son hechos. La ética pertenece al reino de lo inexpresable, como los problemas sobre el sentido del mundo y la existencia de los valores. “La solución al enigma de la vida…está fuera del espacio y del tiempo”, no pertenece al campo de la ciencia ni a su descripción empírica8. Según Wittgenstein, “la explicación del sentido del mundo debe quedar fuera del mundo…”9, de acuerdo con esta proposición “sólo podríamos decir cosas sobre el mundo como un todo, si pudiésemos salir fuera del mundo, es decir. Si dejase de ser para nosotros el mundo. “El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo. En el mundo todo es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor…”10 (en lugar de “un valor que tenga valor” podría haber dicho “que tenga un valor en sí mismo” o “valor absoluto”). En el planteamiento wittgensteiniano los juicios éticos han de ser juicios de valor absoluto, incondicionados, si se prefiere. “La descripción de un asesinato con todos los detalles físicos y psicológicos, la mera descripción de estos hechos no encerrará nada que podamos denominar una proposición ética. El asesinato estará en el mismo nivel que cualquier otro acontecimiento como, por ejemplo, la caída de una piedra. Ciertamente, la lectura de esta descripción puede causarnos dolor o rabia o cualquier otra emoción; también podríamos leer acerca del dolor o rabia que este asesinato ha suscitado entre otra gente que tuvo conocimiento de él, pero serían simplemente hechos, hechos y hechos, y no ética”11. El mundo es, simplemente, cuanto acontece y en el todo los hechos han de medirse por los mismos patrones. Todas las proposiciones valen lo mismo” –nos dice Wittgenstein–. Pero, si esto es así, “el sentido del mundo tiene que residir fuera de el”, pues “en el mundo todo es como es y sucede como sucede; en el no hay valor alguno, y si lo hubiera carecería de valor”. En efecto, nosotros ya hemos dicho que el mundo no era sino la totalidad de los hechos posibles, pero de ello se desprende que en el no caben los valores, puesto que los valores no son hechos. Como lo hubiese pretendido el Positivismo, claro que reemplazando “valores” por “valoraciones” en su intento de reducir o asimilar a la ética a una rama de la sociología, esto es una ciencia fáctica. Si se describe la muerte de Cesar a manos de Bruto, para poner un ejemplo comentando por Wittgenstein años más tarde, se esta describiendo un hecho. Pero si se lo describe como un crimen a lo Dante, o como un acto de justicia a lo Plutarco, eso ya es un juicio de valor y para las valoraciones no hay lugar en el mundo. O, formulado en términos lingüísticos, “tampoco pueden haber proposiciones éticas”, toda vez que las proposiciones no pueden expresar nada que se halle por encima de los hechos del mundo, “no pueden expresar nada más alto”. La consecuencia de todo esto, desoladora consecuencia, es que la ética queda reducida ni más ni menos que al silencio. Contra las apariencias, sin embargo, Wittgenstein no era un positivista, y sus ulteriores relaciones con los positivistas lógicos vieneses darían cumplida muestra de ello. Su actitud antes el problema del sentido de la vida revela una tensión interna, así como una complejidad, desconocidas para el positivismo: “sentimos que aun cuando todas la posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rosado en lo mas mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna, y esto es precisamente la respuesta”, “la solución del problema de la vida se aprecia en la desaparición de ese problema. (¿No es esta la razón por la que las personas que tras largas dudas llegaron a ver claro el sentido de la vida no pudieran decir, entonces, en qué consistía tal sentido?)”, “lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico” los positivistas lógicos interpretaron la máxima “de lo que no se puede hablar hay que callar” en el pedestre sentido de que hay que callar porque, en rigor, no hay nada que hablar”, pero para Wittgenstein el silencio sería más bien indicio de encontrarnos ante algo profundo e importante, algo ante lo cual habríamos interrumpido la cháchara para prestar oídos a otro tipo de voz que la palabra, pues lo que no puede ser dicho aun puede ser mostrado.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Áreas de Especialización Antropología Estética. Profesor del Programa de Postgrado del Instituto de Filosofía de la PUCV, del Magister en Etnopsicología -Escuela de Psicología PUCV, Profesor de Antropología Filosófica en la Escuela de Medicina de la UNAB. Editor de la Revista Observaciones Filosóficas http://observaciones.sitesled.com/.
Notas
1 Conferencia en 'Seminario Humanidades: Estudios Antropológicos acerca de lo Divino', Departamento de Artes y Humanidades, Facultad de Filosofía, Universidad Andrés Bello, Santiago, 2005. Ver
2 1880 – 1967 Escritor, editor de la revista Der Brenner. Elegido por Wittgenstein para gestionar su donación económica a los jóvenes artistas austriacos agrupados en torno a esta revista de Ficker publicado en Innsbruck.
3 WITTGENSTEIN, L.: (1914-16) Notebooks 1914-1916, Basil Blackwell, Oxford 1961. [trad. esp.: Diario filosófico (1914-1916), Ariel, Barcelona, 1982]
4 Ibid.
5 WITTGENSTEIN, Ludwig, Conferencia sobre Ética, Ed. Paidós, 1989; p.37.
6 WITTGENSTEIN, Ludwig, Conferencia sobre Ética, p. 43.
7 WITTGENSTEIN, Ludwig, Tractatus Lógico-Philosophicus, 6,4.
8 WITTGENSTEIN, Ludwig, Tractatus Lógico-Philosophicus, 6.4312
9 WITTGENSTEIN, Ludwig, Tractatus Lógico-Philosophicus, 6,41
10 WITTGENSTEIN, Ibid.
11 WITTGENSTEIN Ludwig, Conferencia sobre Ética, p.p. 36 y 37.
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