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jueves, 1 de febrero de 2007

André Glucksmann

Sarkozy seduce a la izquierda intelectual francesa de Mayo del 68

Tres destacados hombres de letras anuncian que votarán al candidato del centro derecha

Javier Gómez
(Fuente: www.larazon.es)

París- El viaje al centro pilotado por el líder de la derecha francesa, Nicolas Sarkozy, acaba de recibir un empuje tan inesperado como simbólico: una pléyade de figuras del pensamiento izquierdista francés de los últimos 30 años ha decidido agarrarse a las alforjas ideológicas del candidato de la Unión por un Movimiento Popular (UMP). El apoyo más llamativo es el de André Glucksmann, filósofo de proa de mayo del 68, uno de los primeros pensadores progresistas que abjuró del marxismo y ahora azote argumental de la «violencia nihilista» que encarna el islamismo. En un artículo publicado ayer en «Le Monde», Glucksmann alabó la apuesta en política exterior de Sarkozy y atacó a una izquierda «que se cree moralmente infalible y mentalmente intocable». El filósofo aplaude que el ministro del Interior prometiese no renunciar a sus valores «para ganar un contrato», una flecha en el corazón de la diplomacia «chiraquiana». «El silencio es cómplice, y yo no quiero ser cómplice de ninguna dictadura», proclamó Sarkozy en su discurso de investidura, en el que trazó una política exterior inflexible con las violaciones de los derechos y las libertades. Palabras que han provocado un corrimiento de tierras en ámbitos intelectuales similar al de los neoconservadores norteamericanos, que abandonaron la izquierda, acusándola de relativista y permisiva con las dictaduras, para mudarse a una derecha que blandía principios y valores como eje de la política exterior. Otro «sarkozysta» de nuevo cuño es el escritor Max Gallo, ex portavoz del presidente socialista François Mitterrand. «El proceso de diabolización de Sarkozy es escandaloso», opina. Gallo critica que Ségolène Royal, candidata socialista, hable de «los territorios de Francia», en lugar de hablar de «nación», como hace el ministro del Interior. También se ha sumado al «sarkosismo» el pensador Pascal Bruckner, antigua figura progresista, en guerra hoy contra quienes opinan que «hay que avergonzarse de ser francés», por las recientes campañas públicas contra Napoleón y la colonización. La propuesta ideológica de Sarkozy ha arrastrado a otros nombres de las letras galas, arropados por la revista «Le meilleur des mondes», creada para combatir «la locura antiamericana» de Francia. El problema para el centro izquierda no es sólo el éxodo de algunos intelectuales a la orilla contraria, sino la poca pasión que despierta su líder, Ségolène Royal, en el terreno de las ideas. El conocido filósofo Bernard Henry-Lévy fue uno de los primeros en apoyar a la candidata. Ahora opina que este concepto «o no quiere decir nada, o puede ser realmente peligroso». «Con la mejor de las voluntades, es difícil no preguntarse cuáles son su proyecto y su visión del mundo», censura el pensador.

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El filósofo y los neocons

El filósofo André Glucksmann, judío francés, par­ticipante ac­tivo en el Mayo del 68, el hombre que enton­ces calificó a Fran­cia de dictadura fascista, apoya ahora a Sar­kozy y se mueve en dirección de las tesis neoconserva­doras de la Ad­ministra­ción Bush, según algunos en ra­zón de cierta afini­dad con el lobby proisraelí.

Jaime Richart (Para Kaos en la Red)
(Fuente: www.kaosenlared.net)

No hago un seguimiento puntual de los intelectuales, su­puestos o reales, del mundo que se posicionan al lado de esas tesis. Pero hay un trío que no deja de llamarme la aten­ción quizá porque actúa y escribe en Europa. Está compuesto por este personaje, Glucksmann, Vargas Llosa y Fernando Sava­ter; éste con menos virulencia en su ad­hesión quizá porque pone toda la carne en el asador en la embro­llada, pese a lo que pueda parecer, "cuestión vasca".
El asunto es que Glucksmann se presenta y pasa por filó­sofo que se adhiere a una causa que para la ma­yor parte del mundo es lógica y moralmente monstruosa.
Y es monstruosa porque, con independencia de los basa­mentos socioeconomicistas de los que parte la tesis neo­cons consistentes en "privatización" por encima de todos los de­más, el tránsito de la teoría a la praxis no puede ser más ab­yecta. Pues incluye y refrenda la dominación directa del mundo, tras la hegemonía que ya ejercían los anglosajones, y se traduce en guerras, perdón, invasiones y ocupaciones ar­madas. Esto es lo que hace repulsivo el posicionamiento de estos persona­jes que presumen de pensar, y de pensar con rec­titud; y en el caso de Savater y Glucksmann con ma­yor mo­tivo al tildarse a sí mismos de "filósofos".
En el plano economicista, la tesis neocons no puede com­portar más pragmatismo ni ser socialmente más degra­dante; pragmatismo entendido como un conjunto de medi­das que abrochan y refuerzan la propiedad privada en po­cas manos con un doble efecto: por un lado, la concentra­ción en oligopo­lios de todo lo esencial, y por otro, el efecto consecuente de convertir a la inmensa mayoría al dik­tat de aquéllos, sin posi­bi­lidad de un desarrollo integral de la per­sona sometida a la ablación de un hemisferio cere­bral. Pues perseguir la sociali­zación, que es lo que de siempre han hecho los controles so­ciales yanquis porque sus condicio­nes socioeconómicas, su fe­racidad, sus grandes extensio­nes de territorio y su injeren­cia sin es­crúpulos permanente se lo han permi­tido, supone im­plantar regímenes de injusti­cia radical social sin que el hemis­ferio se percate o se re­sienta.
Por consiguiente, la teoría neocons no es más que ego­ísmo institucionalizado, en estado puro: ninguna conciencia de "el otro". El individuo "debe" existir en medio de una jun­gla so­cial, con habilidad para toda clase de argucias y malas artes si quiere mala­mente vivir, y desde luego siempre so­metido y en­cima agra­decido: nada que ver con la libertad que vende la democra­cia, nada que ver con la felicidad su­puestamente aso­ciada a ella.
Por todo esto resulta incomprensible que "pensadores" que se remontan por encima de la mayoría, luminarias, fa­ros del entendimiento humano, sean capaces de combatir la sociali­za­ción hasta el extremo de apoyar directa o indirec­tamente ma­tanzas infinitas, ocupaciones y expolios dirigidos a mante­ner el fuego sagrado de los intereses grupusculares, de los lobbies, y al final de unos cuantos individuos en el mundo en­tre sus más de seis mil millones que lo pueblan.
Es cierto que la demografía mundial es digna de tenerse en cuenta a la hora de cerrar filas. Pero no deja de ser esa teoría un método selectivo para la supervivencia no menos abe­rrante que las prácticas nazis relacionadas con la gené­tica. Los neo­cons, con Glucksmann y demás a la ca­beza, eso es lo que propugnan. No digo que la filosofía no haya de des­entenderse en cierta medida de la conciencia social para profun­dizar en la intelección y hasta para la protección inte­lectiva del "yo" pen­sante y vi­viente. Pero en otros luga­res y tiempos he puesto en entre­dicho el pensa­miento filo­sófico (ver mi "La miseria de la filo­sofía") precisa­mente por esto: porque el filósofo se piensa a sí mismo con exclusión de los demás. Piensa en todo lo demás menos en la exis­tencia y en la aprehensión de los de­más seres huma­nos a los que al final bellacamente ig­nora. Di­ríase que el filó­sofo actual, o al me­nos éstos que cito, es un galeno que, por una parte felicita el encanalla­miento y por otra da recetas que permitan interior­mente so­portar lo mejor posible al cana­llismo. Lo que hacía antes la religión y especialmente la cris­tiana. Y por aquí no paso. Un 30% de las especies van a desaparecer, el mundo gira con alteraciones debidas fundamentalmente a la miopía y a la pésima voluntad de los anglosajones; millones de perso­nas han muerto en pocos años a manos de la filosofía neo­cons-la­borista que se dispone a proseguir su implacable matanza en Asia. ¿Cómo es posible que alguien que se postule pen­sador fino, que se arrogue el título de filósofo en su sentido más no­ble puede mirar a otra parte o secundar la infamia perma­nente? Pues este es el caso del abominable Glucks­man, y de los no menos abominables Savater, que aplaudió la muerte de Hussein al que un día llamó "El ladrón de Bag­dag", y Vargas Llosa, todo un patán literario obsesio­nado por la criminal polí­tica privatizante.
Si un trabajador español dedica el salario mínimo inter­pro­fe­sional, de 570€ al mes, a la vivienda, al cabo de 25 años se puede comprar, con intereses, un magnífico piso de 27,17 me­tro cuadrados en Madrid -diagnosis hecha por la exposi­ción Ci­mentimientos (o no me asfaltes el respeto). Pues bien, éste es el modelo por el que luchan estos tres misera­bles mos­queteros del pensamiento descompuesto con André Glucksmann en el papel de D'Artagnan.

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