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jueves, 1 de febrero de 2007

Manuel Rivas

El escritor Manuel Rivas y la memoria de los libros

El ecologismo es su ‘honrosa disidencia’, pero su pasión vital es la literatura, como demuestra en su última y gran novela.

Por Jesús Cano
(Fuente: www.larevistaintegral.com)

Cazador de palabras cazado. En eso se convirtió Manuel Rivas para quien esto escribe aquel día tibio de invierno en Barcelona, ciudad a la que el escritor y periodista gallego había acudido en busca de datos para un reportaje sobre el Ateneo popular que lleva funcionando casi treinta años en el humilde distrito de Nou Barris. Con una copa de cava en la mano y pasteles navideños a discreción, la vieja guardia del Ateneo desgranaba ante el escritor gallego su fascinante aventura, acaecida durante la Transición. En aquella época, el coraje de unos cuantos vecinos echó abajo, literalmente, la chimenea de una planta asfáltica que, en su momento, contaminaba casi tanto como el Prestige, porque estaba a tiro de piedra de las casas. Y no sólo acabaron con la insalubre planta asfáltica sino que luego fue reconvertida en un ateneo popular que, en la actualidad, está más vivo que nunca. Casi al final de aquella charla múltiple, algo inesperado: el cabeza de familia de la casa en la que estábamos era pariente de García Lorca, nieto de un republicano que tuvo que huir de Granada para que no le ocurriera lo que a su primo. Así que allí se hablaba lo mismo de ecologismo que de la Guerra Civil, dos temas muy importantes para Manuel Rivas. Una vez que el periodista dejó su trabajo, apareció el escritor, quien se mostró generoso con el entrevistador. Como era lógico, empezamos la conversación hablando de su última novela, recién publicada en castellano, Los libros arden mal.

Usted escribe siempre primero en gallego y luego traduce sus obras a otras lenguas. Los libros arden mal se publicó en esa lengua meses antes que en castellano.

El gallego es mi primer amor. Por qué cambiarlo si me va bien.

Ha escrito una novela de más de 600 páginas y, al margen de eso, cuando uno la lee, piensa en aquella definición de la crítica literaria que habla de «novelas río», esa forma de escribir en que las palabras se desbordan a cada página…

Es verdad que es una de las geografías que tiene el libro, no sólo formalmente. Hay un río que atraviesa toda la historia. En el primer capítulo aparecen rostros que vienen y van y miran a una lavandera. Unos son los protagonistas del libro; otros, producto de su imaginación. La mirada de ella prefigura la relación entre imaginación y realidad. Así, la realidad puede llegar a ser materia de ficción y viceversa. Ese río existe en verdad, es el Mandeo, el río de la vida y de la muerte. El río, que en julio de 1936 aparece propicio a la vida, se convierte poco después en algo encenagado por la muerte. Es una paradoja dramática. Pero la verdad es que, sin renegar de ese ámbito formal, la estructura de este libro se ajusta más a la esfera armilar, las órbitas que describen los astros. Éstas representan no sólo el giro de los planetas, sino también de las personas, los animales, las plantas, las cosas, las palabras que aparecen en el libro. En la vida, las leyes de la causalidad determinan la vida y la muerte de las personas.

También habla de círculos concéntricos.

Sí, una tercera figura para explicar este libro es la de los círculos concéntricos. Como los que se ven en los petroglifos protohistóricos de Galicia. Esto tiene más que ver con la idea de realidad y no tanto con la imaginación. La realidad convencional es sólo el círculo central, el más pequeño. Hay otros que representan otras interpretaciones de la realidad: la memoria oculta, los sueños, las abstracciones de la religión…Todo ello determina la realidad y forma, por tanto, parte de ella.

Permítame que vuelva a decirle algo personal que pienso de este libro. Uno lo lee y, sin poder evitarlo, piensa en Rayuela, la genial obra de Julio Cortázar. Como en aquella novela, en la suya cada capítulo parece tener una identidad independiente, como si se pudiera leer el libro de modo aleatorio.

Sí, desde luego puede existir ese paralelismo, pero no es una influencia consciente. Me gusta la forma de Cortázar de combatir el vacío. De todas formas, Cortázar no tiene la culpa de que yo escriba. Digo esto recordando una anécdota sucedida durante una conferencia literaria. El autor se atribuyó muchas influencias, entre ellas la de Homero. Entonces, un asistente tomó la palabra y le dijo al conferenciante: «¿Qué culpa tenían todos esos autores de lo que usted escribe?».

Eso suena a ironía gallega.

Me gusta la ironía, sobre todo porque está muy ligada a la idea de imaginación. La ironía es un instrumento de conocimiento, de transgresión. En cuanto a la ironía típicamente gallega, es lo que nosotros llamamos «retranca», una forma de comunicación peculiar. El gallego responde con preguntas a otras preguntas. Un gallego dice que parece que llueve cuando hace dos horas que está lloviendo. Es un elemento de la cultura popular, una herramienta de defensa.

Una constante de su obra es la Guerra Civil y la posterior represión franquista. En este libro habla de que la barbarie que arrasó las bibliotecas fue también perpetrada por personas del Régimen afectas a la cultura.

El primer compromiso del escritor es escribir. Yo no escribo de la Guerra Civil: escribo, en todo caso, de personas y la materia sensible que uso es el lenguaje. Si hay compromiso es consecuencia del trabajo de las palabras, no por ideología. Hay distintas motivaciones. En otras obras mías también se da la dramática paradoja de que quienes encarnan el Humanismo pueden llegar a encabezar la barbarie. En ese caso se confunde la posesión de los bienes culturales con la cultura en sí. Frente a esa gente están también quienes, como los personajes del Ateneo libertario, tienen en los libros un instrumento para la esperanza, depósitos de memoria, de energía. Es una idea mística de la cultura que, por supuesto, tiene que ver con la Ilustración: entender la cultura como liberación.

Ya que menciona a los protagonistas que forman parte de un ateneo popular, similar al de Nou Barris... esos jóvenes hablaban alto y claro ya de ecologismo, naturismo, igualdad entre sexos, pacifismo… presupuestos ideológicos defendidos entonces apenas por un puñado de obreros e intelectuales revolucionarios, pero que ahora han hecho suyos incluso los «niños bien», como si se tratase de un producto de consumo más.

Las ideas de ese librepensamiento que en los años 30 era la vanguardia, satanizadas entonces, afortunadamente forman hoy parte del sentido común de la Humanidad, de una realidad inteligente que aspira a vivir sanamente. Ese sentido común se ha convertido hoy, de alguna forma, en prevalente. De todos modos, no creo que todo el mundo sea ecologista. Es un gran sarcasmo que la cuestión ecologista se trate tan frívolamente. La inmensa mayoría de los políticos y los periodistas no entran a fondo en el tema. Eso no es que sea políticamente incorrecto, es que es políticamente canalla. No hay rebelión contra las multinacionales. Por ejemplo, es verdad que España es vanguardia en el mundo en cuanto a los derechos de los homosexuales, pero no deja de ser una excepción.

Volvamos al ecologismo. España y otros muchos países no están cumpliendo el Protocolo de Kyoto, por no hablar de la egoísta postura de Estados Unidos, el país que más contamina. Las cosas no parecen pintar demasiado bien para el equilibrio medioambiental del planeta.

Tenemos poco tiempo y la política debería ir mucho más rápida para frenar esa gigantesca maquinaria contaminante que amenaza con provocar una catástrofe de grandes dimensiones. Las medidas políticas para contrarrestar ese proceso, para cambiar ese ritmo demoledor, son muy lentas. Es como comparar la velocidad de la tortuga con la de la flecha…

¿Qué podemos hacer los ciudadanos?

La esperanza está en los ciudadanos, pero la política medioambiental que se está practicando en este momento preciso no confía en que los ciudadanos sean capaces de tomar decisiones en este sentido. El día en quela presidencia de un país dependa del cambio climático, esa política cambiará.

Usted fue miembro fundador de Greenpeace. Tuvo unos años de gran activismo y formó parte del equipo directivo, pero ahora su actividad parece haber remitido.

Estoy orgulloso de aquellos años, conseguimos muchas cosas. Me convencí de que no estábamos condenados al fracaso. Ahora sigo colaborando con Greenpeace, pero sólo como un miembro más. No soy un profesional del activismo ecológico. Yo soy escritor. Creo, no obstante, en esa honrosa disidencia que es el ecologismo, una alternativa global, que tiene que ver con el pacifismo, la seguridad alimentaria o los derechos humanos. Creo sinceramente que la primera condición para la libertad es la salud y el derecho a tener una casa no violentada, el derecho a respirar tranquilamente allí donde estés.

Su compromiso con la defensa medioambiental volvió a quedar de manifiesto con el hundimiento del Prestige. Usted habló como portavoz de la plataforma ciudadana Nunca Máis… Ahora, echando un vistazo a los periódicos, hay algunas voces que hablan de que ese movimiento parece desactivado, de que había poca gente en la manifestación de noviembre de 2006.

Los movimientos como éste tienen intensidades distintas según el momento. Después de cuatro años, quizá había poca gente en la calle, pero los cientos de miles del principio siguen pensando lo mismo. No se puede comparar un movimiento ecologista con un ritual religioso. Nunca Máis no es una burocracia más. Yo no me voy a poner a contar el número de manifestantes; me quedo con lo que sucedió entonces, con la forma en que la gente salió a las calles y actuó, con ese cambio de mentalidad que implicó a casi toda la sociedad, con los logros conseguidos.

Pero hay lenguas viperinas por ahí que afirman que Nunca Máis finalmente no ha servido para nada.

No estoy de acuerdo con quienes dicen eso. Por ejemplo, hubo cambios legislativos en la Unión Europea, como el doble cascoenlos petroleros; hubo indemnizaciones a las familias afectadas y nuevas exigencias a las navieras; se construyó el Do Indo, el remolcador más potente de Europa; un barco anticontaminación, y está en construcción otro similar. No es que los gobiernos lo hagan bien: es que es lo que deberían haber hecho antes y si lo hicieron fue por la movilización ciudadana. Los gallegos respondimos porque era la décima marea negra que manchaba nuestras costas en sólo 25 años. No hacer eso nos hubiera convertido en la vergüenza del mundo. Cuando se habla de Nunca Máis, como cuando se habla de las manifestaciones multitudinarias contra la guerra de Irak, hay que recordar que no sólo Galicia respondió: a la Costa da Morte llegaron voluntarios de toda España para limpiar las playas. Sin embargo, hoy parece que hay una vergonzosa desmemoria de todo aquello. Resulta que en aquel entonces hasta George Bush y Tony Blair reconocieron el error. Sin embargo, el tercero de la foto de las Azores sigue sin mostrar la más mínima autocrítica.

El éxito literario de un humanista

Manuel Rivas nació en A Coruña en 1957. Licenciado en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Complutense de Madrid, trabaja para diarios como El País y es colaborador habitual de Integral desde 2004. Una de sus recopilaciones de textos periodísticos, El periodismo es un cuento (1997), ha pasado a ser manual de texto en varias facultades españolas de Periodismo. En cuanto a su obra poética, poco conocida fuera de Galicia, lo ha convertido en su propia tierra en un poeta laureado. Los que deseen acercarse a su poesía pueden iniciarse con la antología El pueblo de la noche y Mohicania revisitada (2004). La narrativa de Rivas es lo más conocido de su producción, con libros de relatos como Que me queres, amor? (1996) o Ela, maldita alma (1999) o novelas como En salvaxe compaña (1994), O lapis do carpinteiro (1999) y ahora Os librosarden mal, que ha recibido el premio al Libro del Año 2006 de la Asociación Galega de Editores, que también lo ha distinguido como Autor del Año en Galicia.

Incendios: humo informativo

Galicia ha vivido en los últimos años gravísimas catástrofes ecológicas; la última de ellas, una oleada de incendios el pasado verano. Mientras los políticos se acusaban mutuamente, los ciudadanos no recibían explicaciones convincentes. «En la información que se ha dado sobre este asunto hay mucho humo –comenta Manuel Rivas–. Pero una cosa parece clara: hay que cambiar el modelo de ordenación del territorio al que hemos llegado, una violencia catastral que ha convertido Galicia en una gran parcela urbanística. De ahora en adelante habrá que hablar de ordenación del territorio, política forestal o política urbanística para prevenir nuevos incendios. No es una especie de fatalidad que se da en Galicia, como se ha afirmado, no es cosa de unos cuantos tarados. Es un problema estructural.»

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